Después de 25 años, 9,000 días juntos, tres ciudades, 6 casas, dos hijos y dos perros, mi compañero y mejor amigo tomó la decisión de separarse.
Para algunos el dolor viene de una pérdida de un ser querido, el desengaño de un amor, la pérdida del trabajo… El mío vino de la persona que era mi todo. ¿Cuál duele más? Te pudiera decir el mío, pero “¿Jaulas o alas, cuál prefieres? Hay que preguntarle al pájaro”
Hace 28 años me fui de mi país a estudiar inglés al extranjero. Me fui lo más al norte que podía y allí, en un día de verano conocí a el que se convertiría en mi mejor amigo y confidente. Él era de mi misma ciudad, teníamos miles de amigos en común pero nunca nos habíamos visto. Ese cómplice que se llama destino, hizo que él se mudara al mismo edificio y coincidiéramos en el mismo salón de clases. Los meses pasaron, volvimos a nuestro país, y cada quien siguió su camino, con la certeza que habíamos ganado una amistad muy inusual. Él era mi confidente y yo el suyo, él me presentaba chicos y yo le coordinaba salidas con mis amigas hasta que un día lo inevitable pasó.
A él lo trasladan a Estados Unidos pero la comunicación nunca se perdió y una Semana Santa, fui a visitarlo a NYC y al tercer día me estaba pidiendo matrimonio. La propuesta era impulsiva dirían algunos. Yo dejaría mi vida por una relación que realmente no tenía historia, pero los dos nos encontramos agarrados de la mano, aguantando la respiración y brincando al vacío. Tres años después le dimos la bienvenida a nuestro primer hijo y así empezó nuestra vida en familia. Toda una historia de novela.
Como toda buena historia tiene un momento de suspenso. Cerca de 9,000 días después de su inicio, él me confiesa que se le ha ido el amor. ¿Pero a dónde se fue? ¿Está de vacaciones o se fue para no volver? Sea cual sea la respuesta, la decisión estaba tomada y yo la acepté porque al final el amor es tan grande que uno quiere que esa persona sea feliz.
Es difícil cuestionar cómo las mujeres tomamos los divorcios o las separaciones, especialmente cuando la decisión está en manos de la otra persona, pero yo tomé un camino un poco inusual, el camino de la luz. Me enfoqué en los momentos de alegría porque a fin de cuentas esa persona me había regalado 25 años de felicidad, dos hijos maravillosos y miles de hermosos recuerdos. ¡Qué suerte con la que he contado en la vida!
Durante esta transición me he enfocado en contar las bendiciones y siempre buscar una sonrisa. Le he abierto la puerta a la naturaleza, a las caminatas al atardecer, a nuevos retos y nuevos proyectos, a reencuentros con viejos amigos, entre otros. Me di cuenta que, cuando mi mente le busca lo positivo a cada experiencia, mi corazón se alinea y me cambia el rostro, que no solo me alegra a mí sino a los que están a mi alrededor y esa energía positiva se transforma en paz.
Yo creo que la clave en mi proceso fue nunca abrirle la puerta al odio ni al rencor. Soy una persona creyente de la existencia de las energías. La energía se palpa, se siente, se transmite y atrae o rechaza otras energías, que al final hacen que las cosas fluyan y sean las grandes cómplices del destino.
Tú, que estás leyendo estas líneas pudieras pensar que todo esto es imposible, que no todo puede ser felicidad y estás en lo cierto, no todo es felicidad. Sentí mucha tristeza, y todavía en muchas ocasiones siento una tristeza profunda y las lágrimas se asoman nuevamente, pero hay una gran diferencia entre la tristeza y el odio. Pienso que la tristeza es algo que el tiempo va aplacando poco a poco, lo vas trabajando, aceptando y superando mientras que el odio y el rencor se retroalimentan, crecen y se apoderan de tus energías, de ti. A veces mis amigas y familiares cuestionaban mis sentimientos hacia mi EX-esposo (ya agregué esa palabra en mi vocabulario), me preguntaban por qué no me descargaba y lo insultaba y la realidad es que para mí eso implicaba cargarme de energías negativas que solo me afectarían a mí porque él continuaría su vida feliz.
La búsqueda de paz interior se ha convertido en mi meta diaria y estos pasos me han ayudado en este proceso:
- Aceptación de la situación: Reconocer y aceptar la realidad de lo que me ha sucedido fue mi primer paso para avanzar. Aunque puede ser doloroso, enfrentar la verdad es fundamental para comenzar el proceso de sanación.
- Prácticas de mindfulness o meditación: Estas prácticas me ayudan a estar presente en el momento actual y a calmar la mente.
- Buscar apoyo emocional: Esta fue la clave en mi proceso. Contar con esos amigos cercanos, familiares y un buen terapeuta puede ser invaluable. Expresar mis sentimientos y compartir mi carga emocional con alguien de confianza me ha aliviado el camino.
- Analizar mi rol en la relación: Un matrimonio es de dos y ambos tenemos un grado de culpabilidad. A mí me ha ayudado a concientizar mi rol y aceptar mis errores.
- Cuidado personal: Me he enfocado en mí, en mi bienestar físico y mental. El autocuidado es crucial para fortalecernos emocionalmente. Trabajar mi autoestima ha sido y es la tarea más ardua que he tenido que enfrentar en este proceso.
- Perdón y compasión: A medida que he avanzado en mi proceso de sanación, he perdonado, no solo a él, sino a mí. El perdón no significa olvidar o justificar, sino liberarse del resentimiento y abrir espacio para la paz interior.
- Enfoque en lo positivo: Mi herramienta favorita. Aunque pueda parecer difícil, trato de encontrar aspectos positivos o lecciones aprendidas diariamente. Esto no minimiza el dolor, pero puede ayudarte a ver la situación desde una perspectiva más amplia.
- Tiempo y paciencia: La sanación no ocurre de la noche a la mañana. Tenemos que darnos tiempo y ser pacientes con nosotros mismos. Cada persona tiene su propio ritmo de recuperación y es importante permitirnos avanzar a nuestro propio paso.
Encontrar paz en medio del sufrimiento es un proceso complejo y único para cada individuo. No hay una fórmula exacta, pero estos pasos pueden servir como guía para comenzar tu viaje hacia la paz interior.
Así que mientras yo sigo mi camino, te invito a reflexionar: ¿Qué eliges tú, jaulas o alas? La vida nos presenta desafíos, pero también nos ofrece la oportunidad de volar hacia nuevas latitudes incluso cuando parece difícil. Porque al final, el destino es un tapiz tejido con hilos de experiencias, y cada hilo, cada experiencia, contribuye a la obra maestra que es nuestra vida.
Te dejo con una frase de la película “El Exótico Hotel Marigold”: “Al final todo va a estar bien, y si no está bien, no es el final”. Así que Elige ser feliz, que las mejores páginas, tuyas y mías, están por escribirse.